Lecciones de darwinismo en Leroy Merlin

Publicado el martes, 31 de agosto de 2010

La vida social creó jerarquías. No por ninguna manía en especial, sino por simple organización: si todos somos iguales y nadie toma las decisiones, al final llega otra especie y se merienda hasta el último de la tuya. Por algún tipo de cónclave, se decidió que los individuos más dotados en diferentes facetas fuera los que llevaran el mando. A veces eran los más guapos, otras los más listos y, las menos, los mejor preparados. Con mayor o menor orgullo, hemos ido tirando todos estos años de evolución, reafirmando el poder de nuestros machos alfa y sometiendo a todo tipo de perrerías a los macho beta, los candidatos a sustituirles. Darwinismo puro y duro que apasiona a las hembras de la manada.


La verdad es que yo me acabo de convertir en el macho alfa de mi comunidad. Soy el animal dominante y, por cierto, el único entre estas cuatro paredes de momento. Para demostrar mi conversión he optado por escapar de las fórmulas convencionales: pegarme cabezazos contra todo aquello que se menea o retar a muerte a todo el mundo. No, no, no. Lo más sencillo es comprar un maletín de herramientas y ajustar los tornillos del armario de la cocina. O arreglar un peldaño de la escalera. Y a eso he dedicado un par de ratos estas últimas tardes. Como buen macho alfa, faltaría más.

En imagen, un martillo y unos alicates se enfrentan en un duelo a muerte. Este tipo de cosas son las que hacemos los machos alfa, que repudiamos cocinar tiramisú o limpiar la casa, ¡faltaría más!

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