julio 2014

La estrella en el jardín

Publicado el miércoles, 16 de julio de 2014

Debo reconocer que la cerveza no me gusta, me cae antipático su sabor y me da cierto repelús su color. Habrá quien se escandalice, pero es así. No consigo que entre ni con compañeros de vaso deliberadamente elegidos para camuflar su sabor. Si acaso, y por estrambótico que parezca, tuve un pequeño escarceo cervecero en Bélgica, donde probé variedades de chocolate, frambuesa y melocotón. Y poco más. Lo reconozco, cuando veo a esa panda de hipsters cocinando una paella con cebolla, casi me entran ganas de llorar. Confieso todo esto para que, con cautela o con asombro, leáis con compasión las siguientes líneas.

Centrémonos. Hasta mi primera visita a A Coruña, allá por 2007, había podido esquivar a mi pequeña enemiga. Pero una tarde fuimos a un sitio llamado "La Estrella", un bar atiborrado de gente y con fama de tener la mejor cerveza de la ciudad. Aunque la variedad de su carta era más bien reducida: Estrella, Estrella Sin, clara de Estrella y agua. No entendía que en tal fijación por la cebada no cupiera un refresco que le insuflara un poco de chispa a la vida. Por aquello de no desentonar demasiado, me atreví con una clara que, por supuesto, desfiló casi íntegra a otro paladar más curtido en rubias. Y hasta ahí duró mi idilio con la Estrella, esa cerveza rara que a Valencia casi ni llegaba a mediados de la década pasada.

O eso parecía, porque un año y pico después di con mis huesos en A Coruña, feudo de la transformación de ese cereal fermentado tan apreciado. Poco a poco fui descubriendo como el consumo de la Estrella era algo casi patriótico al punto que resultaba prácticamente imposible encontrar bar, restaurante o antro que sirviera cualquier otra cerveza. Con el tiempo, y no sin esfuerzo, aprendí que una 1906 era el mejor premio para esas situaciones especiales y que ni Dios mínimanente gallego pide "una cerveza" de forma impersonal. No cuento con datos, pero dudo mucho que Estrella Galicia no acapare al menos dos tercios de todo el lúpulo embotellado que corre por barras y mesas autóctonas.

El caso es que, coincidiendo con mi aventura gallega, Estrella Galicia inicia su decidida expansión estatal e internacional. Es el momento en que empiezan a llegar a todos los súper (incluso a los de Valencia en plenas Fallas), declaran la guerra a sus competidores en territorio enemigo, se arrancan con campañas publicitarias sentimentales y millonarias, aprenden chino y bailan samba, nos dan las campanadas, aparecen en todas las series (sí, sí, incluso importando el concepto de product placement digital) y hasta patrocinan un equipo de Moto3. Y, sumidos en esta ola, completan su oferta de cervezas premium con la 1906 Red Vintage La Colorada y Estrella Galicia Selección Cerveza Negra.

A fuerza de un buen plan de marketing (y supongo que también gracias a un sabor muy valorado), se han convertido en la cerveza de moda. Los gallegos, vivan o no más allá de Pedrafita o A Gudiña, ya lo tenían claro y se esforzaban en conseguir un sorbo bien frío de esta rubia. Mientras, los que no acabamos de encontrar la gracia al sabor de la cebada fermentada, aguantamos estoicamente aquello de "si no te gusta, es que no la has probado lo suficiente". Puede ser.

En imagen, unas cuantas Estrellas posan como tales. Sin duda, ya es verano.

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