diciembre 2010

Silvana y la relación inversamente proporcional

Publicado el domingo, 19 de diciembre de 2010

No han sido muchas, pero unas cuantas personas se han dejado caer por Vigo en este año y medio que llevo aquí. Todas ellas fueron muy deseadas y las circunstancias acabaron por marcar su estancia en el sur de Galicia. Estoy muy agradecido de que hayan tenido el detalle y el tiempo para hacerme compañía durante unos días u horas. Afortunadamente, en algo más de una semana sumaremos al contador de arribadas tres números más procedentes de Valencia y algún otro de dentro de Galicia: Lidón, Silvana y Dani.


Paralelamente, en los dos últimos años y medio las obras han mutilado la principal arteria de Vigo, formada por García Barbón y Policarpo Sanz. Como causa, la construcción del parking subterráneo más grande de la ciudad, con casi 600 plazas distribuidas en dos plantas. Una reforma demasiado trascendental como para que el alcalde no sacara rédito electoral con las municipales a la vuelta de la esquina. "La calle Serrano al lado de esto es nada", repetía el bueno de Abel Caballero. ¿Y qué mejor momento para poner en marcha el eje que en el preludio de las compras navideñas? Dicho y hecho. Aunque para tal reto tuviéramos a 200 obreros trabajando día y noche las últimas dos semanas. Una maravillosa forma de llevar contra las cuerdas el viejo problema matemático de la relación inversamente proporcional: "Si 50 obreros dedican 40 horas a la semana y necesitan 30 meses para acabar una calle, ¿cuánto tardarán 200 obreros trabajando todo el día?" Pues eso, dos semanas.


Consciente de ello, de que ambos acontecimientos iban a coincidir en el tiempo, me he pasado los últimos dos meses repitiendo una frase: "esto es para cuando venga Silvana". No porque no me importen lo más mínimo el resto de visitantes, sino porque era una manera ágil de destacar los avances de la obra: cierre de zanjas, pavimentado, asfaltado, instalaciones varias, pintado, jardinería... Lo importante es que, desde el viernes, Policarpo Sanz ya está lista para cuando venga Silvana. Y el resto de los vigueses o adoptados hemos ganado una ciudad algo más hermosa.


En imagen, el nuevo Policarpo Sanz una iluminada tarde navideña. La imagen no hace justicia a la reforma, ni tampoco transmite el frío.

Voy por Oporto

Publicado el martes, 7 de diciembre de 2010

Ciertamente llevamos unos cuantos días en los que todos somos un poco expertos en aviación comercial: podemos entender el drama de perder un slot, miramos al cielo y vemos espacio aéreo, localizamos vuelos con códigos poco intuitivos y ya casi escribimos con naturalidad la almohadilla de #controladores. Las más de 24 horas que transcurrieron entre la tarde del viernes y la del sábado nos han marcado a los que cogemos aviones con cierta frecuencia, al menos durante algún tiempo.


Particularmente mi respuesta más sencilla a la pregunta de moda es que odio a los controladores. No sin quitarles algo de razón en sus reivindicaciones, me siguen pareciendo un colectivo caprichoso, consentido, anquilosado en el pasado y ajeno a la que está cayendo. Me pareció una irresponsabilidad su abuso de poder y una bajeza moral el poco compromiso que demuestran con su trabajo. He leído la opinión de algunos de ellos en varios blogs y casi me dan pena. Pero no, las cifras cantan y la sensiblería de "nos hacen parecer los malos" me repugna.Y es que los controladores no son los únicos malos de la película, pero sí los más egoístas. ¿O nos parecería razonable que el colectivo médico protestara dejando los hospitales sin atención?


Pero retornando al asunto del caos de los controladores, lo que pocos saben es que todo empezó en Santiago. Desde hacía un par de semanas se venían produciendo cierres del espacio aéreo gallego por las protestas de estos profesionales. ¿La excusa? La misma: demasiadas horas, mucha responsabilidad y, de manera subyacente, un grito por recuperar los privilegios de los que gozaban hasta la primavera pasada.


Esta huelga ha sido la puntilla definitiva para los que vivimos en Galicia y estamos hartos de aeropuertos pequeños, con malas frecuencias, billetes caros y sin equipos técnicos que permitan operar con condiciones meteorológicas adversas día sí, día también. La salida natural en avión desde el sur de Galicia, aunque me duela, es Sa Carneiro en Oporto, que cuenta con un aeródromo moderno, seguro y con una amplia oferta de Ryanair. Y todo ello a poco más de cien kilómetros del desierto aéreo en el que Xunta y alcaldes han convertido Galicia. Luego nos preguntaremos qué hacemos mal para que todos los aeropuertos gallegos sumen cuatro millones de pasajeros y, Oporto solito, vaya a rozar los cinco millones con tasas de crecimiento del 20%.


En imagen, un Boing 737-800 de Ryanair despega de Sa Carneiro el día de mi vigésimo cumpleaños. Ni duda cabe de que aquel momento Oporto me sonaba exótico. Por supuesto, créditos a su autor.

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