febrero 2011

Nos hacemos mayores...

Publicado el sábado, 19 de febrero de 2011


Encuentro un email en el buzón de mi correo electrónico. Se titula "Nos hacemos mayores..." y viene remitido por un viejo amigo y compañero de periodismo. No puedo evitar prejuzgar y llegar a la divina conclusión de que se trata de un forward de esos que relatan lo buenos que somos los nacidos en los ochenta. Con las cejas arqueadas y sorprendido, me decido a cruzar la frontera entre lo desconocido y lo familiar, no sin pensar qué habrá movido a Eduardo a regalarme tantas líneas de un supuesto contenido prescindible. Lo consideraba una persona íntegra, un sibarita de las palabras, un trilero de experiencias. Un buen tipo, vamos. La vida es así y un contenido erróneo en un momento dado reduce a polvo tu reputación.

Primer "zas, en toda la boca": el correo no va dirigido a decenas de remitentes, ni arrastra una lista incalculable de emails. Y empiezo a leer; asuntos de connivencia social y todo eso. Hasta que escribe (perdonará mi falta de decoro, pero es estrictamente necesario): "fui por la noche al concierto de un tal Fran Healy, cantante de Travis, y creo que recordar que eras un gran fan de esa banda". Cautivado por su relato, me sumerjo en detalles de shows, en descripciones sensibles, en comentarios donosos y en virajes hilados de canciones. Pocas líneas, demasiado breves. Apunta títulos. Necesito más. Acabo de descubrir que mi grupo favorito está en reposo y su líder ha emprendido un camino en solitario.

Google es la salvación de todo. Encuentro referencias a sus dos presentaciones intimistas en Madrid y Barcelona (vaya novedad). Cambio de look, ha mutado la barba de tres días y ha renunciado a su crestas imposible y su pelo corto. Me gusta. Tropiezo incluso con un artículo de El País en el que repasan, con mucho acierto, lo que fue de su paso por Travis. Aquel veinteañero que descubrí con The man who, adoré en The invisible band, convertí en un treintañero a ritmo de 12 memories y defendí en The boy with no name y Ode to J. Smith. Acabo en Youtube viendo su primer single, que ilustra esta entrada. Leo la crónica del concierto. Y, no puedo evitarlo, abro Spotify, busco su nombre y empiezo a urdir esta entrada. El disco me resulta extraño, pero familiar. Guarda perlas que no se pueden disfrutar a la primera vez, pienso. Vuelvo a escuchar el single, definitivamente sonrío, libero la tensión a que no me guste y todo lo demás viene rodado.

Él es Travis. Nos hacemos mayores, las cosas cambian, es cierto. A veces se pierden las crestas en el pelo, aunque los ideales y las esencias siguen ahí. Pero, sin darnos cuenta, el tiempo y las experiencias vividas junto a quienes nos acompañan, nos dejan una huella. Impredecible, como es el caso. Definitivamente, nos hacemos mejores. Me encanta. Gracias Eduardo por este viaje al pasado y, como no, al presente.

La semana de las causas perdidas

Publicado el domingo, 13 de febrero de 2011

Quien algo quiere, algo le cuesta. Y, a veces, el peaje a pagar se llama "insistencia". Como tengo un máster en perseverancia y causas perdidas, no son pocos los que acaban dándome la razón, aunque sea por agotamiento. Y no me amilano ante servicios de atención al cliente.


Mi plancha deja de funcionar un día. Como estaba en garantía y tenía una plancha de reserva, la llevé al servicio técnico. "En tres días está, te llamamos". Por supuesto, nunca llamaron. A los cinco días levanté el teléfono y me dijeron que si tal la miraban sin falta esa tarde y me llamaban. Por supuesto, nunca llamaron. Llamé y no cogieron el teléfono. Peor para ellos, porque fui hasta allí y me contaron que la plancha había cascado y que tenían que pedir otra. Una semana tardaba. Por supuesto, no llegó y nadie llamó. Y así se repitió la historia durante cinco o seis días más. Hasta que al final me dijeron que era un problema de Ariete en Barcelona y que si tal les cantara las cuarenta a ellos. Dicho y hecho. ¿Al final? Que la culpa era de Italia, que no les enviaba la dichosa plancha. ¡Vaya por dios con Berlusconi! Llamadas y más llamadas hasta que al final la chica de atención al cliente me dijo un lacónico "chaval, el plazo legal desde que entregas la plancha para darte una solución es de un mes, así que olvídate del asunto hasta entonces". Y así fue, al mes de entregar la plancha -el viernes- me llamaron para decirme que allí estaba, lista para recoger. Con mi plancha nueva bajo el brazo bajé las cuestas, no sin pensar que nunca más volveré a comprar nada Ariete.


Revisando gastos descubro que, llame mucho o poco por el móvil, Movistar siempre me factura lo mismo. Extraño. Entro en la factura electrónica y, para un día que funciona, reviso conceptos y estoy pagando un fijo por Internet y un bono mensajes que nunca he contratado ni utilizado. Indignación. La historia se remonta a unos ocho meses atrás, que multiplicado por 12 euros en cada ciclo, dan un buen pico. Llamo al 609 y, después de que me cuelguen un par de veces, consigo hablar con alguien que no me tiene a la espera 20 minutos. Nada como amenazar con llevar el asunto a Consumo. Promete que al día siguiente me llamará y que hará todo lo posible por solucionarlo. Y al día siguiente llama, puntual. De momento, me devolverán los últimos seis meses y luego habrá que abrir otra incidencia. Pero está claro que en el preciso instante que cumpla la permanencia, Movistar se queda sin un cliente, que ganará Simyo. Importo poco, lo sé, pero no me robarán más.


En imagen, mi nueva y radiante plancha. No es que sea nada del otro mundo, pero todavía no he madurado lo suficiente para comprar un centro de planchado. La vida en pareja lo exigirá en un futuro, lo sé. Aunque, claro está, no será de Ariete.

El fin de la vida universitaria y otros asuntos financieros

Publicado el viernes, 4 de febrero de 2011

Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.

O así lo diría Rosalía. Adiós, sin duda, vida universitaria. Y aunque ya hace unos cuantos años que acabé la carrera (muchos más de los que parece) y algo menos del carpetazo definitivo al máster, esta semana ha sido clave. El lunes, como buen inicio de semana, caducó mi tarjeta universitaria. Un trozo de plástico con chip y banda magnética que me acompañó durante unos cuantos años de facultades y bibliotecas y me ayudó a evadir unas cuantas tasas en los billetes de Ryanair (por aquello de ser una Visa Electron). Se fue, sin querer, uno de los últimos vínculos que tengo con la Universitat de València y, de paso, con Bancaja (o como quiera que se llame ahora).



Esa Carjeta (de la suma de carnet y tarjeta) tiene historia, lo reconozco. Era el principio de tercero de periodismo y colaboraba con el Voluntariat de la Universitat. Una de las campañas básicas se repetía cada septiembre y pretendía concienciar a los alumnos y futuros alumnos de la necesidad de solicitar plazas en valenciano para que todos tuviéramos verdadera libertad lingüística. Me chupé muchas horas en una mesa junto a Pablo, Toni, Fran y muchos más que olvido. Hacíamos lo que podíamos y, como premio, regalábamos un estuche o un portacd. A veces una bandolera o una camiseta.

Al lado siempre teníamos el stand de Bancaja, mucho más profesional. Casi hasta tenían luces y efectos especiales. Allí desfilaban metrosexuales y jovencitas más pintadas que una puerta. Riéte de los casting previos que habían superado. Ellos regalaban una tarjeta y, si te ponías cuco, hasta un pendrive (cuando, por cierto, 256 Mb eran una pasada). Y eso que no he dicho que sorteaban consolas portátiles y viajes por toda Europa.



Cansados de escuchar nuestros argumentos de venta una y otra vez, al enésimo día una de las azafatas se acercó y dijo aquello de "¿a ver, de verdad, para qué sirve esto de apuntarse aquí?". Con calma se lo expliqué y el día de su matricula escogió la opción lingüística de valenciano. Como gesto de deferencia, me dejé camelar por la Carjeta y sus regalos y lancé el carnet por los aires. Aquella chica me dijo uno de los últimos días que se había apuntado a clases para sacar el mitjà y que "el año que viene más". Ciertamente, nunca supe si fue una mentira o no. Ni hasta ahora me lo había planteado, por cierto.


El caso es que cuando caduca tu tarjeta universitaria, en cierta manera, dejas de ser universitario. Puedes recoger el título, enterarte de que ahora se mide todo en ECTS y grados o que ya no conoces a nadie estudiando en tu facultad. Pero no lo captas hasta que pasas la fecha del carnet. Confío en que la UNED tenga tarjetas de esas, que el síndrome de abstinencia es fastidiado.


En imagen, la Carjeta en un hipotético momento de despedida. En el fondo, no la he tirado porque, mientras esté en mi cartera, seguiré optando a descuentos por ser universitario. Prometo que antes de los 40 años la tiro, de verdad.

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