marzo 2012

Tenemos una cita III

Publicado el domingo, 25 de marzo de 2012

Decir que A rush of blood to the head es el disco con más alegrías por minuto de Coldplay es casi una obviedad. Canción tras canción tienes la sensación de que los ingleses se recrearon para regalarnos uno de los mejores largos de la década. Tu mente ordena con contundencia a tu dedo que se agarrote, que se aleje del botón "pause" y se encandile dibujando ondas en el aire. Un ejercicio de papiroflexia para aficionados con un buen puñado de dobleces que, de manera conjunta, dan un resultado increíble con el que podrías perder toda una tarde haciendo avioncitos de papel. 

"The scientist" arranca en la cuarta posición del disco, una viva muestra del nivel del largo. Muchos grupos a esas alturas ya han exprimido toda la creatividad que les han brindado los estupefacientes o los compositores de la discográfica. Pero no, Chris Martin y los suyos nos seducen con otra canción tejida a base de puntadas mágicas, repleta de silencios y de un piano, ese imprescindible piano. Es un videoclip, que exprime a la perfección el desconcierto, el desorden premeditado. Es una hermosa declaración de amor, como la yema de un dedo deslizándose por una espalda.

Tenemos una cita II

Publicado el domingo, 18 de marzo de 2012

"Fix you" es una de esas canciones que pasan desapercibidas en la enorme discografía de Coldplay. Sumergida en el disco más prescindible, X&Y, es el reposo después del temporal de los dos primeros largos de la banda. Suena a tranquilidad, a armonía casi eclesiástica o a susurro con los labios acariciando la oreja. Se escapa con sutileza a modo de falsete y se alía con un viejo teclado y un bajo de pentagrama sencillo. Se eleva, construye y  acurruca. Y cuando te dan ganas de besar sus ojos cerrados, se crece. Te coge de la mano y te hace sentir que nunca más pasarás desapercibido, que no habrá otro que pueda solucionar todo lo que te pase.

Tenemos una cita I

Publicado el domingo, 11 de marzo de 2012


Hoy es un domingo irrelevante o maravilloso más. Un fin de semana o un precioso nacimiento de otra. Un punto y seguido en la historia que nos empeñamos en escribir a golpe de bolígrafo. Una instantánea más que se coloca en nuestra filmografía vital, aguardando a la última proyección. Una carga de optimismo, una descarga de preocupaciones y quimeras. Un irrelevante e imprescindible píxel. La vocal de toda palabra. El décimo eslabón, muy necesario, en la cuenta atrás para que Coldplay aterrice en el Vicente Calderón y, más cerca o más lejos, nos sumerjamos en su forma de entender la vida un par de horas. Y, como agradecimiento a mi acompañante, he decido resumir sus acordes en una decena de entregas. Una arriesgada propuesta personal.
Todos tenemos un principio y, el de Coldplay y mío, fue "Yellow", una triste canción de desamor enmarcada en el imprescindible Parachutes. Recuerdo que por aquel entonces yo vivía mi particular idilio con Travis y trataba de dejarme seducir por Radiohead, sin éxito. Y Chris Martin apareció caminando por la playa cuando estudiaba en el instituto.
"Yellow" es una oda al rechazo y a todas aquellas estrellas que siempre brillarán, que nunca conseguirás olvidar. Es una apuesta decidida por alguien, es un alegato a luchar contra la cobardía. Es la voz rasgada de un jovencísimo Chris Martin, empapado y viendo como amanece. Es una falsa cantinela alegre. Es una canción que nunca envejece, es una letra con un inicio que puedes recordar con los ojos cerrados. Es la fuerza de quien quiere querer a alguien. Es una contundente tarjeta de presentación para arrancar casi cualquier cosa.


Vocaciones y profesiones

Publicado el domingo, 4 de marzo de 2012

Hay quien trabaja de dependiente en un gran grupo textil, de contable en una pequeña empresa o de gestor en una entidad financiera. Son puestos grises con los que, veinte o treinta años atrás, no se hubiera identificado ningún niño de babero. Cuando se pinta con Plastidecor, la pretenciosa pregunta "qué quieres ser de mayor" casi siempre acaba en una sarta de tópicos que van fluctuando según le antoje a la actualidad: futbolista, cantante, actor, torero o concursante de Mujeres y hombres y viceversa. Los hay que desde pequeños son seres vocacionales, inducidos o no por sus padres: médicos, arquitectos, abogados, científicos o periodistas, la lista tampoco es mucho más extensa.

Yo fui un niño raro, pues quería ser conductor del camión de la basura. Me fascinaba el ritual de la recogida de desechos, el casi hipnótico movimiento de mecanismos o la sencilla solución a un tema tan trascendental. Poesía urbana. La aventura me duró poco, pues luego quise ser paleontólogo, tal vez movido por el boom de Jurassic Park. Y porque soy muy curioso. Más tarde médico. Luego publicista. Y, en el momento crucial, periodista. Seguramente defraudaré a alguien, pero no siempre quise ser periodista, aunque no por ello sienta que no es algo vocacional.

Seamos realistas, el periodismo es una profesión con dos problemas conectados: nosotros nos creemos más importantes de lo que somos y el resto del mundo nos considera menos imprescindibles de lo que debería. Son las dos caras de una misma moneda que acaba conduciendo a la precariedad y que siempre estrella nuestro halo de romanticismo contra el suelo.

Últimamente hemos tenido dos severos varapalos, en un contexto casi decadente de la prensa convencional y al calor de la burbuja de los medios online. La casi bajada de la persiana de Público y el enmudecimiento político impuesto en Aldaia Ràdio me duelen especialmente. En Público, además de un gran amigo, tenía un medio de referencia. Dejando a un lado su marcada ideología, me encantaba su forma de enfocar la realidad, de jugar con el diseño, de tratar la ciencia y de experimentar con los corsés de las columnas impresas.

El cese de las emisiones de Aldaia Ràdio es una muestra más del desprecio que la clase política siente por la libertad informativa. El cambio de color político en la localidad ha dado al traste con diez años de autoconstrucción colectiva, de conocimiento local y de participación ciudadana. La envidia de la comarca y una tabla de salvación en la decadente deriva de los medios valencianos. Yo formé parte de diversos proyectos: un programa con un espíritu crítico innegable, una tertulia nocturna y un magazine ligero de sobremesa; y, aunque se acabaron, siempre tuve la sensación de que la puerta seguía abierta. Debuté en las ondas allí y, cuando me enteré de la noticia, sentí que me habían robado una parte de mi vida. Afortunadamente, lo que no saben los nuevos inquilinos del ayuntamiento de Aldaia es que los que se creen que pueden silenciar a los medios acaban condenados al ostracismo y se revuelven cuando retornan los colores a las ondas. Y así será.

En imagen, el antiguo logo de Aldaia Ràdio. Una pegatina con él acompañó todas mis carpetas universitarias, hace tanto y tan poco.

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