Los nenos que aprendieron a amarrar (y II)

Publicado el martes, 22 de junio de 2010

Si el koruño tiene una legión de seguidores, mejor ni hablar de ese subdialecto llamado vigués. Porque sí, los que venimos de fuera detectamos un gran número de expresiones y palabras con las que los vigueses nos sorprenden cada día. En muchas de ellas arqueamos las cejas y hacemos como que no pasó nada; en otras, bajamos la cabeza y directamente las incorporamos a nuestro vocabulario. La resistencia es inversamente proporcional al tiempo que lleves aquí.


Lo primero es que un buen vigués siempre coge el Vitrasa y da igual si es un autobús rojo de dos pisos y está en Londres. Por supuesto, esto no acaba aquí, ya que siempre se podrá ir al Meixoeiro/Xeral (¿de Massachusetts?) o al Madroa (¿de Madrid?). Incluso se ha visto a más de un vigués pidiendo El Faro en Nueva York. Las cosas por su nombre, di que sí.

Lo más mítico es llevar a la chorba a Príncipe para safar un nique o unos tenis. Con un poco de suerte puedes mirar a un jicho del chollo, de ésos que están todo el día a fuchicar, y quedar a tomar unas patatillas. Normal por otra parte, porque con la cantidad de cuestas que hay en esta ciudad, ni el más parvo se anima a subir a la Elítica andando.

Por la noche las cosas se espichan. Mientras que los turcos están a sus rollos, aquí la gente está a pinar. Los más jevos se van a Nadador y a veces corre la fariña y la truja y más de uno loquea tanto como para llevarlo a Rebullón. Cosas de pavos que chanan y que con cualquier jaldrochada ya tiran a Bouzas. En Vigo, ya se sabe, no hay fallo.

En imagen, una de esas panorámicas a las que un buen vigurés diría: "¿Oiste? ¿Miraste como chana la ostia?". Ale, ya me he ganado enemigos también en Vigo.

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