Los nenos que aprendieron a amarrar (I)

Publicado el sábado, 24 de abril de 2010

Oficialmente ya puedo decir que he vivido más tiempo en Vigo que en A Coruña, al menos de momento. Y este pequeño salto de 150 kilómetros me ha permitido ver cómo coruñeses y vigueses tienen una forma particular de hablar. Algunos de una manera más marcada, otros sólo cuando cruzan el umbral de su casa y, los más, en pequeñas dosis incoloras.


Los coruñeses hablan el llamado koruño (con escrituras varias, por cierto), que no es más que una mezcla del castellano, el gallego y vete tú a saber qué más. Y es así como he ligado a más de un puril burlando en su kel sobre el koruño. Pero claro, no puedes fingir toda la vida, porque acabas dando un rule al chukel sin darte cuenta o te cachas con un atrapao. Normal que luego no puedas decir "nel del panel" y te mares hasta partirte el eje.

A veces sólo necesitar salir a la calle a partir de medianoche para ver como los fulanos, muchos de ellos magutas, van detrás de las pestruchas, la mayoría de las veces fijándose en sus bufas y en su bul, para ver si se las acaban kilando a cachón o, al menos, soltando un chante. Ya se sabe, los litros, las trujas y los grelos tienen sus efectos. Pero si los malossis latan las pasantías, acaba resultando que a cualquier hora hay un abarrote en el parrote del que más te vale achantarte. En ese caso, más vale irse en cero cinco con unas chorvas, coger unas garimbas y buscar jale, que no es cuestión de que nos metan un juma de mil los maderos. ¿Oíste? Es que sí, buah neno.

En imagen, uno de esos monumentos a los que un buen coruñés diría: "buah, neno, buah". Próximamente, Vigo.

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