Los olores de la convivencia
Publicado el viernes, 11 de junio de 2010
Llego a la puerta del patio después de trabajar y noto un ligero olor. Abro la puerta, husmeo en el buzón y casi me jugaría algo a que huele a pimientos. Mientras subo en el ascensor intento afinar el olfato y hasta descubro que la cebolla también está implicada en el asunto. Sostengo la bolsa de trabajo con la mano derecha y con la izquierda intento atinar en la cerradura. Y ahí está la solución: dejé un sofrito listo y sólo tengo que calentar. Me felicito por la gran idea que tuve anoche y saludo al perro de Paulov. Cruzo el umbral de la puerta y, desabrochando el nudo de la corbata, noto como de repente ya no cheira a nada. Se escucha un tremendo golpe seco: ¿es la puerta al cerrarse o mi gozo por una comida recién hecha esperándome?
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