Los hombres que no podían darle la razón a las mantas

Publicado el lunes, 10 de mayo de 2010

Érase una vez dos hombres duros. Uno del agreste bloque central gallego y el otro de tierras más lejanas. Vivían en tierras de clima cambiante, aunque el devenir de los meses parecía indicar que era un buen momento para el retorno de las aves del sur. Ellos, incrédulos, le dieron tres días de tregua al buen tiempo. Y durante una semana fueron felices. Y durante una semana alejaron abrigos, mantas, nórdicos y bufandas. Y durante una semana conjugaron el verbo sudar, soltaron la corbata un poco y dejaron de abotonar el último seguro de la camisa. Incluso fueron a la playa.


Pero el mal tiempo volvió. Cayeron las temperaturas y ellos pensaron que pasaría. La gente recuperó sus prendas de abrigo y ellos decidieron ignorar las señales. Y en el silencio de las noches frías, acurrucados con sábanas de primavera, escuchaban como la manta se reía en el armario, mientras el abrigo le hacía los coros. Hasta que cedieron. Desde entonces, prometieron no guardar el abrigo y la manta hasta el 40 de mayo.

En imagen, dos botones aseguran bien que mi chaqueta se cierra. Frío, lluvia y Photoshop quedan fuera. Porque, sí, he decidido alejarme durante una temporada los filtros de Ps y volver a gozar con todo aquello que En Renard me enseñó. A ver cuánto aguanto.

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