La tregua del otoño

Publicado el martes, 20 de octubre de 2009

Parecía que este verano tardío no nos quería dejar. "No me cuentes batallitas de estaciones a las que hacer caso", susurraba el viento con fuerzas renovadas para doblar la esquina. El otrora radiante mercurio de los termómetros se alargaba mucho más de lo que su perezosa naturaleza quería. Y el tirante de la camiseta comenzaba a estar cansado de tanto tirar, que los hombros son muy anchos como para jugarse el todo o nada a un trozo de tela de un centímetro. Las bailarinas, otra vez, se cobijaron en la caja para, tal vez, nunca más bailar. Y con ellas los piratas arriaron los cabos y soltaron telas buscando tierras más agradecidas. Porque, otra vez, el tiempo estaba de vuelta. Sólo que ahora promete quedarse al calor del magosto durante seis meses.


Tardó, pero llegó el otoño. No en vano, por Valencia llamamos tardor a esta estación preludio del frío. Y siempre sigue el mismo guión por allí: un día estás en una terraza después de cenar y notas una ligera brisa. Coges una chaqueta. Dos días después, te llega el agua por las rodillas y parece que el mundo se acaba. Sacas la ropa de abrigo, pero ya estás acatarrado. Y de repente, vuelve a salir el sol. No te fías, pero al quinto día te crees que ha vuelto el verano. Vuelve a diluviar y tú, otra vez, sin ropa de invierno. Y tu catarro, así como el frío, contigo hasta Navidades; o más.

Aquí lo de la lluvia es otro cuento. Lo del frío, pachín pachán. Y el asunto nada baladí de la ropa de invierno, es una historia por escribir. A partir de ahora todo esto me vuelve a sonar y, aún así, todo es diferente. Parecía que este verano tardío no nos quería dejar. Y, sin embargo, hace tiempo que cambió de lado del ecuador. Nos regaló una pequeña tregua de casi un mes, para que nunca olvidemos su generosidad, pero ya se acabó. Estamos de prestado y, eso, se nota. Bienvenidas sean las sopas hirviendo, los chocolates calientes y las tardes con manta en el sofá.

En imagen, las hojas comienzan a tapar tímidamente el verde de un jardín cualquiera de Vigo. En unos días, el verde ya sólo será un pequeño recuerdo.

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