El poso de A Coruña

Publicado el lunes, 15 de junio de 2009

Más vale tarde que nunca, dicen. Y así es como yo vengo a hablar de A Coruña y su particular forma a estas alturas, a dos semanas de que me vaya. Pero así son las cosas, que uno acepta unos compromisos y acaba por cumplirlos en el límite.


Me remonto a dos años atrás, cuando vine con Juan, el padre de mi novia, a A Coruña por primera vez. Él me hablaba de una península y de no sé qué más, pero no entendí demasiado bien a qué se refería. Los que venimos de costas bajas y mares tranquilos sólo aprendimos en la escuela aquello de los golfos y los cabos y, sinceramente, no es que mi atlas geográfico ilustrado diera para mucho. En absoluto.

Buscando piso en la ciudad, los señores de Google Maps me enseñaron la forma de A Coruña, desde el aire. Por aquel entonces me acabé de enterar de aquello de la península y que si se estrecha y se ensancha. Y ahora, a puntito de irme, es cuando me digno a explicarlo.

Veamos, justo en el centro de la imagen se ve un trozo de tierra más estrecho (lo que técnicamente, y según aprendí en Cono, llamaríamos istmo). Justo ahí es donde un lado y otro del océano están separados por unos 500 metros (y, bien alineados, lo vemos por uno y otro lado). Se puede ver que al norte es zona de playa y al sur, puerto. A la derecha de este istmo, queda la península, que es donde nace la ciudad antigua. Como os podéis imaginar, es una de las partes con más encanto de A Coruña, en la que se mezclan espacios restaurados ciertamente bellos y casas que se caen por momentos. A la derecha del todo, la Torre de Hércules y un pequeño barrio que me llama la atención por su ubicación, Adormideras.

Pero la ciudad de verdad crece a la izquierda del istmo, en el continente. Aquí están las zonas comerciales, la expansión del último medio siglo y la mayor parte de los servicios. Y, el piso que ha sido mi casa durante ocho meses.

En imagen, una bonita fotografia aérea de autor desconocido, pero que me ha recordado mi pequeña promesa. Imágenes como ésta me demuestran que las ciudades en las que vives acaban dejándote un poso, haciéndote suyo, robándote un poco más de certeza a la hora de decir alegremente "soy de...".

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