Los brotes verdes

Publicado el sábado, 16 de mayo de 2009

Esto de los brotes verdes me hace gracia. Me hace gracia porque tiempo atrás (tal vez con 12 años o algo así), planté un pino en el chalet de mis abuelos. La típica chorrada que cavas un agujero y metes dos o tres semillas de una piña que encuentras por ahí. Vamos, una de mis primeras prácticas en la vida real. Y resulta que al cabo de unos meses empieza a salir un matojo de pino, por llamarlo de alguna manera. Y tú, ilusionado, le haces un cerco de piedras, lo riegas a todas horas y te encargas de que a nadie le pase desapercibido. Vamos, que creas un pino mimado en toda regla. Debo reconocer que sólo me faltó cantarle el "cumbaya" a la luz de la luna llena de julio. Sólo. Hasta que un día llega tu hermano (digamos que hipotéticamente) y lo arranca. Ni pino, ni niño muerto.  Y tus brote verde preferido se convierte en un bonito pasto para avivar durante dos o tres segundos el fuego de una paella.

Y ahora es cuando traslado esta bonita historia -verídica, por cierto- a algo que me lleva pasando en los últimos días. Porque sí, fieles seguidores, tengo una excusa para justificar mis diez días de estado de hibernación. Digamos, por ejemplo, que he tenido dos semanas de trabajar 13 horas al día. Y cuando digo 13, son 13. Tanto es así que estuve tentado de ingresarle el alquiler del piso a los señores de Caixanova, que he vivido más allí que en mi propia casa. De hecho, mientras escribo esto, estoy en un tren a la altura de Redondela (con las bateas de la ría de Vigo, bajo el puente de Rande a la izquerda y algo que no sabría bien definir a la derecha), y vengo de una reunión con los señores de Caixanova. Por cierto, qué bonitos son los atardeceres por el poniente (parecemos capullos los ocho que vamos en este coche del tren, todos mirándolo).

El caso es que sé que no tengo excusa, pero anduve bastante liado. Pero puedo decir que ya empiezo a ver los primeros brotes verdes. Después de "trabajo, trabajo y trabajo", empiezo a ver cómo se suelta la prensa. Menos mal. Me queda mucho por hacer por aquí, mucho que aprender...pero ya veo los primeros frutos. Posiblemente venga algún gracioso y arranque los brotes. No digo que no. Pero esta vez ya he aprendido. Y, mientras él coge la segadora, yo ya he recorrido cada uno de los 1.000 kilómetros entre mis dos casas. Con dos empanadas. Y es que, ayer mismo desayuné por primera vez en A Coruña, por segunda en Santiago, almorcé en Tarragona y comí en Valencia. No tiene precio...

En imagen, una primaveral estampa del parque de Santa Margarita. Imágenes como ésta me recuerdan la fragilidad de la felicidad. Y, que en el fondo, no deja de ser más que cuestión de proponerse ser feliz. Aprovecho, también, para lanzar un jarro de agua fría sobre los datos económicos -aparentemente positivos- que estamos viendo últimamente: cuidado, porque tenemos tantas ganas de que las cosas vayan bien, que cualquier caida inferior a la del mes anterior es "un buen síntoma". Cuidado, pues...

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