La verdadera historia del Capitán Guillot en la ría de Vigo

Publicado el sábado, 25 de abril de 2009

Sábado por la mañana y, por fin, puedo disfrutar de un café calentito en mi taza de Nescafé mientras contemplo el final de Juan Flórez, al norte. Detrás de la última finca que veo, a no más de 300 metros, está la playa de Riazor. No la veo, pero sé que está ahí. A veces trato de sacar la cabeza por la ventana, miro al este y veo, al fondo, algo de agua. O la intuyo, como intuyo la ría de A Coruña. Porque sí, no son pocos los gallegos -no coruñeses, claro- que no tienen ni idea de que esta ciudad tiene ría. Pequeñita, pero ría al fin y al cabo. Lejos de la inmensidad de la ría de Arousa, la de Vigo o la de Pontevedra, pero ría.

Y el caso es que aquí las rías son sitios bonitos, con el encanto de las mareas y del verde fundido con el azul. A veces me recuerdan a pequeños trozos de bollo que flotan en la leche, que no se quieren acabar de hundir, pero que siguen siendo altivos. Y, pese a todo, son lugares bastante bien conservados y no demasiado explotados por el turismo, en su gran mayoría. Pero no olvidemos que los madrileños llegan a todos los lados...

Todo este rollo pretende llegar a un sitio y es que el jueves estuve por la ría de Vigo. Vaya novedad, diréis algunos. Más cuando, entre unas cosas y otras, voy una vez al mes a esta ciudad. Pero esta vez fue diferente, ya que estuve navegando por la ría. Caixanova nos propuso una actividad que consistía en formar equipos y navegar en un pequeño velero de 39 pies de eslora (algo así como 12 metros). Por supuesto, sin motor y con la única ayuda de una suave brisa de componente oeste. Una vez dentro, y con la ayuda de un patrón, aprendimos las cosas básicas para que aquel artilugio se moviera decentemente y sin peligro. Más allá de esto, dentro del velero, cada uno contaba con un rol a desarrollar, en el contexto de la Batalla de Rande. Empecé siendo el primer oficial de un navío francés y, tras un motín y contramotín, acabé -literalmente- como capitán a los mandos del barco y mandando cazar la génova o arriar la mayor. Una sensación indescriptible, por otra parte.

Y durante todo el trayecto, dos reflexiones. La primera aclaratoria, especialmente para los que me leen desde el Mediterráneo, pues no quiero que piensen que la vela por estas tierras se entiende con el pijerío de la America's Cup. Por aquí existen muchas escuelas de vela para niños subvencionadas por Caixanova y Caixa Galicia. Esto supone que, si bien es cierto que no es un deporte popular, tampoco podemos decir que sea mucho más caro que practicar natación, gimnasia rítmita o tenis. Y la segunda reflexión tiene mucho que ver con las posibilidades de esta ría. Porque el turismo de playa y montaña empieza a caducarse en Galicia (como ya lo está, por cierto, en Valencia). Y es una lástima que Galicia no siga el modelo de la Bretaña Francesa. Pero no me meto más, que lo reservo para entradas futuras.

En imagen, la ría de Vigo, con unas bateas en primer término, el puente de Rande justo detrás y, muy difuminada, la ciudad al fondo a la izquierda. Imágenes como ésta me dan una tranquilidad...

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