El día que Obama y yo vivimos peligrosamente

Publicado el lunes, 6 de abril de 2009

Todo esto de la globalización siempre me ha sonado muy bien. No porque me guste del todo, ni porque me la acabe de creer, sino porque parece que es uno de esos conceptos que todo el mundo conoce. Y que no asusta si lo utilizas a altas horas de la madrugada. Otro cantar es aquello de la glocalización (que me parece mucho más acertado, aunque bastante más peligroso en su uso). Pero, nos guste o no, nos lo creamos o no, la globalización nos rodea. No nos damos cuenta o no queremos pensar en ello a todas horas, pero ahí está. Y el viernes me lo demostró.

Pongamos por caso que yo viajaba de vuelta a Valencia, con una de aquellas rutas gentileza de quien no piensa nunca más allá de la disposición radial. A Coruña-Barcelona en avión y Barcelona-Valencia en bus. Entre el avión y el bus, por cierto, tres horas de espacio y con la única excusa de cubrir en cercanías unos 30 minutos entre El Prat y Barcelona Nord. Todo bien hilado y, en conjunto, en un tiempo razonable, 10 horas de puerta a puerta. Pero no.

Contextualicemos. El día de antes de mi viaje se había celebrado en Londres la reunión del G-20; el mismo día de mi viaje, la celebración del 60 aniversario de la fundación de la OTAN en Estrasburgo. Dos actos de suficiente entidad, con líderes mundiales de primer nivel y, es fácil suponer, con medidas de seguridad extremas. Tan extremas que toda Europa pagó con retrasos el celo por la protección de Obama y compañía. La simpática azafata que me tocó en el avión se excusó del retraso de más de una hora que tenía acumulado mi vuelo y me dijo que Londres era un caos. Y es aquí como, tal vez por el capricho de una persona y su Air Force One, 160 llegamos tarde a Barcelona (y gracias que conseguí llegar al autobús, no sin suspense y subido en un taxi que cruzaba la ciudad condal peligrosamente). Porque, en el fondo, el mundo está conectado.

En imagen, mi entrada triunfal en Valencia, en plena madrugada. Cosas como éstas me demuestran que lo mejor de los viajes es acabarlos. Y, cosas como éstas, me sirven para explicar por qué Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor (¿Quién dijo contaminación lumínica?).

Sin comentarios

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails