Coincidencias

Publicado el martes, 16 de diciembre de 2008

Hay quien dice que las coincidencias no existen, que está todo escrito en algún lado y que lo único que nos queda es interpretar esa partitura que en algún momento, tiempo ha, surgió de un capricho. Como que hoy he decidido quitarme un rato de estudio y escribir. ¿Coincidencia?

El caso es que me gusta pensar que las coincidencias existen, pese a todo. Son algo así como las cláusulas de un contrato, que pueden estar anexadas con letra pequeña al final del todo y que, las conociéramos o no, no dejan de sorprendernos. Curioso. Pero nos rompen en miles de pedazos lo que nosotros llamamos rutina, normalidad, aquello previsto. Y, lo más importante, nos dejan convalecientes y conocedores de nuestra fragilidad.

Muchas han sido las coincidencias que me han llamado la atención desde que estoy aquí. Como que mi compañero de piso Eloy sea también periodista. Y haya tenido como profesor -y admire profundamente- a Manuel Gago, un simpático profesor gallego de ciberperiodismo al que invitó Guillermo López hace unos años. Casualidad.

También es coincidencia, seguramente, que el viernes olvidara el cargador de mi portátil en Caixanova. Y decidiera ir a por él. Y encontrara una excusa para ir a ver una exposición sobre William Eugene Smith, uno de los más importantes fotoperiodistas en las décadas centrales del siglo XX. Fabuloso encontrar un pequeño trozo de la Agencia Magnum aquí. El caso es que después de haber recorrido la mitad de la exposición, con imágenes de médicos rurales en EE UU, la polución en Japón y la infinidad de problemas de África, llegué a España. Se trataba de un reportaje sobre un pueblo de Extremadura en plena posguerra. Demoledor. Y, entre tantas fotografías sin nombre, ni ubicación exacta, una cercana.

- Perdone señorita.
- Sí, dígame.
- ¿No sabrá por casualidad de dónde es esta foto?
- No se lo podría asegurar, pero un señor me dijo la semana pasada que le recordaba mucho a Valencia, porque había reconocido un puente en la foto.
- Eso es todo lo que necesitaba. Yo también creo que es Valencia.


Y para completar esta entrada, que me está quedando muy filosófica, una última coincidencia, que ya arranca de otra coincidencia. Hace algún tiempo conocí a Benjamin Biolay porque venía a actuar a Valencia. Por supuesto, supe de él leyendo las crónicas de su actuación, así que no hubo ninguna posibilidad de verlo. Pero eso no quita que me enamorara, musicalmente hablando. Empecé a extender su buena música entre la gente que me rodea. Y mis compañeros de piso fueron los últimos a los que les di la brasa. A Laura le gustó más que a Eloy y Olalla. El caso es que algunas semanas atrás apareció el anuncio del nuevo VW Golf, con una música brillante. Tras investigar y, casi, obsesionarme, la encontré: era Chiara Mastroianni (la hija del mítico director italiano Marcelo Mastroianni y de la fabulosa actriz Catherine Deneuve), versionando Eye of Tiger (que formaba parte de la BSO de Rocky). Todo este lío de nombres, que ya se acaban, para llegar a una situación: han sido la partitura de mis últimos dos meses. Y, casualmente, ambos cantantes eran pareja.

Y dejo ya estas reflexiones. A finales de semana vuelvo a Valencia, aprovechando la Navidad. El mismo día que, casualidad, Cristina y yo nos cruzaremos en algún punto cerca de Madrid: una hacia el noroeste del que yo vengo y otro yendo al este del que ella se aleja. ¿O era al revés?



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