El fin de la vida universitaria y otros asuntos financieros

Publicado el viernes, 4 de febrero de 2011

Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.

O así lo diría Rosalía. Adiós, sin duda, vida universitaria. Y aunque ya hace unos cuantos años que acabé la carrera (muchos más de los que parece) y algo menos del carpetazo definitivo al máster, esta semana ha sido clave. El lunes, como buen inicio de semana, caducó mi tarjeta universitaria. Un trozo de plástico con chip y banda magnética que me acompañó durante unos cuantos años de facultades y bibliotecas y me ayudó a evadir unas cuantas tasas en los billetes de Ryanair (por aquello de ser una Visa Electron). Se fue, sin querer, uno de los últimos vínculos que tengo con la Universitat de València y, de paso, con Bancaja (o como quiera que se llame ahora).



Esa Carjeta (de la suma de carnet y tarjeta) tiene historia, lo reconozco. Era el principio de tercero de periodismo y colaboraba con el Voluntariat de la Universitat. Una de las campañas básicas se repetía cada septiembre y pretendía concienciar a los alumnos y futuros alumnos de la necesidad de solicitar plazas en valenciano para que todos tuviéramos verdadera libertad lingüística. Me chupé muchas horas en una mesa junto a Pablo, Toni, Fran y muchos más que olvido. Hacíamos lo que podíamos y, como premio, regalábamos un estuche o un portacd. A veces una bandolera o una camiseta.

Al lado siempre teníamos el stand de Bancaja, mucho más profesional. Casi hasta tenían luces y efectos especiales. Allí desfilaban metrosexuales y jovencitas más pintadas que una puerta. Riéte de los casting previos que habían superado. Ellos regalaban una tarjeta y, si te ponías cuco, hasta un pendrive (cuando, por cierto, 256 Mb eran una pasada). Y eso que no he dicho que sorteaban consolas portátiles y viajes por toda Europa.



Cansados de escuchar nuestros argumentos de venta una y otra vez, al enésimo día una de las azafatas se acercó y dijo aquello de "¿a ver, de verdad, para qué sirve esto de apuntarse aquí?". Con calma se lo expliqué y el día de su matricula escogió la opción lingüística de valenciano. Como gesto de deferencia, me dejé camelar por la Carjeta y sus regalos y lancé el carnet por los aires. Aquella chica me dijo uno de los últimos días que se había apuntado a clases para sacar el mitjà y que "el año que viene más". Ciertamente, nunca supe si fue una mentira o no. Ni hasta ahora me lo había planteado, por cierto.


El caso es que cuando caduca tu tarjeta universitaria, en cierta manera, dejas de ser universitario. Puedes recoger el título, enterarte de que ahora se mide todo en ECTS y grados o que ya no conoces a nadie estudiando en tu facultad. Pero no lo captas hasta que pasas la fecha del carnet. Confío en que la UNED tenga tarjetas de esas, que el síndrome de abstinencia es fastidiado.


En imagen, la Carjeta en un hipotético momento de despedida. En el fondo, no la he tirado porque, mientras esté en mi cartera, seguiré optando a descuentos por ser universitario. Prometo que antes de los 40 años la tiro, de verdad.

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