Me uno al club de los que desaparecieron en algún momento durante este verano. La verdad que nunca estuve tentado de abandonar este espacio al abismo del Atlántico, pero nunca se sabe. Y lo hago sin una excusa clara, más allá de unas dulces visitas que acabaron en invasión para volver a ser dulces. Difícil de explicar y entender, lo sé. El caso es que a este agosto le queda ya sólo un poso de café con leche y azúcar en cantidades descompensadas. Y reconozco que también me encanta el crujido insano del edulcorante natural por excelencia como para no apurar la taza.