Un país de vinos

Publicado el domingo, 5 de febrero de 2012

Uno, según pasa los años, descubre cosas de sí mismo que no esperaba en la crisis de los "Ze" (lo que en valenciano utilizamos para hablar de los años que incluyen esta sílaba, esto es, del 11 al 16 [onze, dotze, tretze, catorze, quinze i setze]). El inexorable avance del calendario hace que cambiemos de parecer mucho más rápido de lo que estamos dispuestos a asumir. Son pequeñas cinceladas que acaban por transformar una tosca roca en una bella escultura. O al revés, no importa. Y aunque en la vida nos aferramos a tratar de vender que somos fieles a unos valores, si no le gustan tengo otros.

Pese a que es una exageración esto que digo, como toda hipérbole, tiene bastante de cierto. Somos animales de cambios. La evolución nos ha hecho sobrevivir y nuestra aversión a la conformidad nos separa de la extinción. Vamos, que nos gusta la salsa y desdecirnos con sibilina habilidad.

Mi penúltimo Ctrl+Z ha sido el vino. La fermentación alcohólica de las uvas me parecía una cosa de señores mayores, de sommeliers vendedores de humo o de carteras acolchadas por billetes. Un lujo asiático con egocentrismos esparcidos por toda la península, en una frívola pugna de matices casi inexistentes. Poesía barata en la que "afrutado", "cuerpo" o "esencia de barrica" adquirían una pomposidad excelsa. Y más para alguien cuyo padre tiene la extraña afición de coleccionar botellas de vino, en lugar de abrirlas; y le apoya.

Pero como todo proceso, siempre hay tiempo para la rehabilitación. Y mi llegada a las Rías Baixas fue el punto de inflexión. Con frecuencia se descorchaba un Albariño, el vino blanco más exitoso de Galicia. A veces era un Ribeiro, con tonalidades afrutadas. Esporádicamente un Godello, un vino con cuerpo. Y, cuando tocaba cambiar de tercio, el tinto de Mencía ponía sobre la mesa su esencia de barrica. Poesía barata para honrar la ardua tarea de la fermentación de la uva y, como no, exaltar la grata compañía que suele preceder al descorche de una botella. Un lujo low cost. Porque con botellas de cinco euros o de la casa, el ritual carece de pomposidad excelsa y se centra en que Galicia es un país de vinos.

En imagen, un tinto remolonea en el fondo, escurriéndose por las paredes de la copa. En el fondo se entrevé un paisaje cualquiera, con compañeros de tropelías harto conocidos.

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