El paradigma

Publicado el domingo, 21 de febrero de 2016

Si esta entrada fuera una película de sobremesa de fin de semana de Antena 3 llevaría un pomposo aviso: “inspirada en hechos reales”. Pero por no reconocer la sequía creativa que padece este blog, diremos que todo lo que voy a contar se nutre de mi imaginación y no de esas intensas conversaciones que la vida siempre te depara.

Sin saber muy bien cómo o por qué, toda nuestra vida nos sentimos empujados hacia un sitio u otro. Como si fuera una pasarela mecánica de un aeropuerto, nos movemos a velocidad crucero hacia una puerta de embarque nunca cuestionada. Un vistazo no muy preciso hará que se mida nuestra rebeldía según cómo sepamos conjugar el influjo de estas fuerzas ocultas. Inevitablemente caemos en algo llamado “paradigma social”, mi nuevo término preferido y que no tengo muy claro si algún sociólogo ha definido alguna vez.

Encuentras una persona, inicias una relación, pruebas con la convivencia, compartes alegrías y miserias y formalizas legalmente lo que ya tiene toda la legitimidad del mundo. Ahora, querido lector, sigue tú con el ejercicio de enumeración y completa la serie. ¿Qué se te ocurre? ¿Disfrutar de tu pareja, dar la vuelta al mundo en piragua, aprender cantonés o tener un niño? Correcto, el paradigma social te dice que tienes que perpetuar la especie con la máxima urgencia, no vaya a ser que el remplazo generacional y la estafa piramidal de las pensiones se vayan al garete.

Y así, como quien no quiere la cosa, pasas de organizar un viaje de novios por los parques nacionales de Utah a dirimir si quieres un carrito de bebé con tres o cuatro ruedas. ¿Y si las circunstancias no me dejan ser padre ahora? ¿Y si no puedo ser padre ahora? ¿Y si no quiero ser padre ahora? El paradigma social tiene la respuesta: sí, sí y sí, que tus padres ya estuvieron en esta situación hace tres décadas.

Pero no centremos en la paternidad el discurso del “paradigma social”, llevémoslo al trabajo. Con la que está cayendo, nos han inculcado que tener un sueldo es un privilegio y todo lo demás da un poco igual: ya te pueden meter alfileres debajo de las uñas que, estoicamente, debes aguantar. Pues a veces hay quien decide bajarse de la atracción de feria porque no cumple sus expectativas o porque directamente tiene otras inquietudes. ¡Cuántas veces nos hemos insistido en vano en que “trabajamos para vivir” y no al revés!

Pues ahí está otra vez la presión cuando das un paso al frente y el resto del mundo lo percibe como un salto al vacío. ¿Qué pasaría si pudieses hacer eso sin que la gente piense que se te ha ido la pinza? O, mejor, sin que tenga la certeza de que el Tío Gilito y tú compartís cámara de caudales.

Seguramente seré yo, que siempre he sido muy liberal, bastante integrador, un poco místico y de replantear todo lo que habitualmente se acepta sin cuestionar. Un sinsentido de manual. De hecho, a modo de conclusión, ahora mismo me planteo si pedalear a rebufo del “paradigma social” no deja de ser también una elección igualmente revolucionaria y totalmente meditada. En cuyo caso, niego la mayor y dejo una gran cuestión en el aire: los carritos de bebé, ¿de tres o cuatro ruedas?

En imagen, una de esas fotografías que tomas porque te hacen gracia y que más tarde se convierten en insustituibles.

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