La mayoría de edad del Fiesta

Publicado el jueves, 12 de junio de 2014


Cuando cuento la historia de que el último coche de mi abuelo fue, a su vez, mi primer coche en propiedad, siempre hay alguien que encuentra algo poética la situación. Como no son buenos tiempos para la lírica, yo suelo pensar que hay un profundo pragmatismo en todo esto (el mismo que me enseñó mi abuelo toda su vida, porque siempre fue de la escuela de la rotunda sencillez): acabé heredando el que había sido su Ford Fiesta cuando él murió hace tres años y medio. Un viejo diésel matriculado en 1996, sin ningún lujo asociado, pero con menos de 70.000 kilómetros en sus ruedas. Una fierecilla de 60 caballos, con matrícula de Valencia y acostumbrada a la buena vida mediterránea: sol, garaje y paseos de fin de semana. Si hubiera sabido lo que le venía encima en los años siguientes en este lado del mundo, hubiera frenado en seco a la altura de Utiel.

Pero repasemos un poco su historia, porque bajo ese capó blanco guarda la gran odisea de recorrer los cerca de 1.000 kilómetros que separan Valencia de Vigo, un trayecto que poco tenía que ver con sus viajes habituales a La Pobla de Vallbona o Bétera. Y llegó, con solvencia y dando muestras de que podría cumplir aquello de "Con tu Ford, al fin del mundo" (¿o tal vez era "con tu Peugeot"?). Del tirón, fuimos completando a turnos esas pequeñas grandes etapas que muchos conocéis o conoceréis algún día: subir el Portillo de Bunyol, llanear por Cuenca, decidir si es mejor la M-30, la M-40 ó la M-45, cruzar Guadarrama (preferentemente por el túnel), coquetear entre los límites de las provincias castellanas, maravillarse ante la agreste entrada en Galicia y, por supuesto, el premio de descender a la Ría de Vigo.

De un día para otro, su vida cambió radicalmente. Clima, carreteras, conducción, uso... Y empezó a conocer otros sitios en los que nunca hubiese imaginado estar: Ourense, Pontevedra, Santiago, A Coruña, Ferrol ó Lugo. Luego Oporto, también Lisboa (y, por extensión, el resto de Portugal), Segovia, Madrid y Asturias en toda su grandeza. Y, así, muchos sitios. Sus más y sus menos con alguna correa y vandalismo a un lado, en estos tres años y medio el coche se ha portado como una roca. Y pese a que no es el utilitario más cómodo del mundo ni tiene aire acondicionado (¿aire acondicionado en Valencia?), seguirá con nosotros hasta que él quiera. Aunque somos conscientes de que las necesidades cambiarán en un futuro, no merece acabar en el desguace por el simple hecho de ser viejo.

Como curiosidad, en Vigo circula un hermano gemelo: no sólo comparte modelo y color, sino también provincia y año de matriculación. Ya me diréis cuántos Ford Fiesta de 1996, blancos, con cinco puertas y de gasoil, con matrícula de Valencia puede haber en Vigo (y, para mayor lucimiento, aparca en mi mismo barrio). En más de una ocasión me han creído avistar en sitios y momentos en los que estaba en otros menesteres.

A todo esto, el Ford Fiesta cumple hoy 18 años desde que salió del concesionario Daule en Valencia y mi abuelo nos lo enseñó orgulloso. De aquel día recuerdo el tintineo de las llaves contra el llavero. Como si fuera ahora mismo, veo a mi abuelo pidiéndome que le quitase la antena de la radio "per si la furtaven (por si la robaban)" y como, sin tapujos, insistía en que ese coche "seria per a tu (sería para ti)". Ciertamente preferiría que no hubiese tenido razón de haber conocido la manera en que todo esto se produjo. Y supongo que hay bastante de conexión sentimental con este superviviente de otros tiempos.

En imagen, el Ford Fiesta en la Cidade da Cultura de Santiago, en plena Costa da Morte camino de Cabo Vilán y junto al Lago de la Ercina, en los Lagos de Covadonga. Si al pobre le cuentan esto hace cuatro años...

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