1
No es norte todo lo que reluce
Publicado el domingo, 17 de agosto de 2014
Siempre se dice aquello de que, como en casa, en ningún sitio. Y bien, no siendo del todo cierto, algo de verdad esconde. Esta frase cobra especial énfasis cuando uno vuelve de vacaciones y hace balance de lo que acaba de conocer y lo compara con lo habitualmente trata. Últimamente me pasa que gana casi siempre lo que ya conocía. Y, sin riesgo de ser un defensor vehemente de Galicia (que para algo nací en la millor terreta del món), las comparaciones son odiosas con otras zonas del mal llamado "Norte" (al final, para mí no dejan de ser "Oeste", pero ya se sabe del "mesetacentrismo" que domina el lenguaje).
Las históricas niñas bonitas del turismo del "Norte" son Euskadi y Asturias (¿quién no ha estado en los Lagos de Covadonga o ha visitado el Guggenheim?). Una muy trabajada multi-oferta con cabida para los amantes de la gastronomía, de la cultura y de los entornos naturales ha conseguido que estén de moda año tras año para jóvenes, familias y adictos a los viajes. Pero de un tiempo a esta parte, Galicia hace todos los esfuerzos posibles para presentarse guapa y aseada ante esos potenciales turistas que parecen no conocer qué ocurre al final de la A-6 (o de la A-52). A fuerza de Xacobeos y de unas muy sólidas campañas publicitarias, se trata de equilibrar la balanza. No seré yo quien pida turistas a gritos, pero voy a permitirme unas cuantas aclaraciones que decantan la balanza para Galicia. Sin acritud, pero con orden.
El paisaje. A los que sabemos enumerar más de tres variedades de arbustos y matorrales, el verde nos deja embobados, lo reconozco. "¿Quién riega todo esto?", me pregunto más de una vez. Así que esa loma verdosa, esa hierba soberanista y ese camino entre árboles, nos chiflan como a los turistas japoneses las sevillanas. Y en ese eterno contraste entre la parte interior y la costera, no hay quien supere a Galicia.
La costa. Aquí Galicia hace trampas, ya que cuenta con casi 1.500 kilómetros de costa (contra los 400 de Asturias y los 250 de Euskadi), pero así es la vida. Se debe reconocer que entornos como el islote de Gaztelugatxe o la ría que abre Mundaka son de una belleza sublime, pero nada que no se pueda encontrar en la Costa da Morte, desde Malpica hasta Lira, pasando por Camariñas, Muxía, Fisterra ó Corcubión. O, por qué no, la belleza cantábrica de A Mariña. Y todo mucho menos transitado y más natural, salvo alguna cosa.
Las playas. Hablemos con propiedad: las playas en Galicia son Champions League, pese a esa temperatura del agua que hiela hasta el alma. Y contamos con una variedad apabullante: playas urbanas como Riazor en A Coruña, playas interminables como A Lanzada entre O Grove y Sanxenxo, playas evocadoras como Rodas en las Cíes, playas de bocadillo de tortilla y filetes de pollo como Samil, playas para pasajeros con poco equipaje como Barra en Cangas y así hasta el infinito.
El interior. Cuando crees que todo lo interesante a ver en Galicia está bañado por el Atlántico o el Cantábrico, descubres el resto. La Ribeira Sacra es hermosa por definición, imposible por conjunción e indomable por composición. El Camino de Santiago ha sabido labrar múltiples grietas para horadar el corazón de Galicia, desde Pedrafita hasta Sarria y, desde ahí, hasta Compostela. Y, cómo no, no se puede olvidar ni O Courel, ni Os Ancares, donde el relieve marca la forma de ser y de vivir de sus gentes.
Las ciudades. El casco viejo de Bilbao es bonito, acogedor y limpio, pero Santiago le pasa por la izquierda en cuanto a encanto. San Sebastián tiene un paseo hermoso y una playa icónica, pero en belleza y misticismo le gana la zona de Riazor-Orzán y la Torre de Hércules de A Coruña. Vitoria dicen que es una ciudad amigable y cómoda para vivir, algo que iguala sin problemas Pontevedra. Y aún guardo los ases en la manga de Ourense, Lugo, Ferrol y Vigo.
Los pueblos. Casa pintadas, reminiscencias de pescadores, una animada plaza, terrazas junto al mar y tardes eternas viviendo. Euskadi, Cantabria y Asturias tienen mucho de eso, pero por aquí ponemos sobre la mesa Viveiro, Muros y Baiona. Si me fuerzas, Oleiros, Vilagarcía, Cangas o Moaña. Se debe reconocer que a veces por aquí se peca de feismo, pero no en todo se va a ser perfectos, ¿no?
La gastronomía. Me río yo de la sidra y de txacolí, teniendo Godello, Albariño, Ribeiro o Mencía. Me río de los pintxos cuando tienes cientos de fiestas gastronómicas que honran al vino, al marisco, al pulpo, al bonito, al pan y, prácticamente, a cualquier cosa que se pueda llevar a la boca. ¿Y qué sería del mundo sin la crema de orujo y el licor café? Sin duda, un sitio más seguro.
Los precios. Si sabes dónde, en Galicia una mariscada son 25 euros. Si me apuras, una comida se paga casi con el billete más pequeño. Una caña lleva comida suficiente para cenar y para dar de comer a las gaviotas. Y un café se acompaña "de gratis" un trozo de bolla. Y, amigos, a 2,50 euros el pintxo en la zona vieja de San Sebastián, poco más que añadir.
La gente. Como no, para cerrar todo esto, es necesario hablar de la gente, pero esta vez sin comparaciones. Los que hayáis venido alguna vez a Galicia lo sabréis: aquí todo el mundo es atento y en cada esquina te sorprende una sonrisa. El sentido del humor se fusiona con la retranca y la realidad se dulcifica a golpe de -iño.
En imagen, viejos refugios de pastores cerca de Folgoso do Courel, actualmente en desuso, en la ruta de los sequeiros de Mostad. Imágenes como ésta demuestran el potencial turístico que tenemos por este lado del mundo, sin tener en cuenta los "olvidos" de esta entrada.
Las históricas niñas bonitas del turismo del "Norte" son Euskadi y Asturias (¿quién no ha estado en los Lagos de Covadonga o ha visitado el Guggenheim?). Una muy trabajada multi-oferta con cabida para los amantes de la gastronomía, de la cultura y de los entornos naturales ha conseguido que estén de moda año tras año para jóvenes, familias y adictos a los viajes. Pero de un tiempo a esta parte, Galicia hace todos los esfuerzos posibles para presentarse guapa y aseada ante esos potenciales turistas que parecen no conocer qué ocurre al final de la A-6 (o de la A-52). A fuerza de Xacobeos y de unas muy sólidas campañas publicitarias, se trata de equilibrar la balanza. No seré yo quien pida turistas a gritos, pero voy a permitirme unas cuantas aclaraciones que decantan la balanza para Galicia. Sin acritud, pero con orden.
El paisaje. A los que sabemos enumerar más de tres variedades de arbustos y matorrales, el verde nos deja embobados, lo reconozco. "¿Quién riega todo esto?", me pregunto más de una vez. Así que esa loma verdosa, esa hierba soberanista y ese camino entre árboles, nos chiflan como a los turistas japoneses las sevillanas. Y en ese eterno contraste entre la parte interior y la costera, no hay quien supere a Galicia.
La costa. Aquí Galicia hace trampas, ya que cuenta con casi 1.500 kilómetros de costa (contra los 400 de Asturias y los 250 de Euskadi), pero así es la vida. Se debe reconocer que entornos como el islote de Gaztelugatxe o la ría que abre Mundaka son de una belleza sublime, pero nada que no se pueda encontrar en la Costa da Morte, desde Malpica hasta Lira, pasando por Camariñas, Muxía, Fisterra ó Corcubión. O, por qué no, la belleza cantábrica de A Mariña. Y todo mucho menos transitado y más natural, salvo alguna cosa.
Las playas. Hablemos con propiedad: las playas en Galicia son Champions League, pese a esa temperatura del agua que hiela hasta el alma. Y contamos con una variedad apabullante: playas urbanas como Riazor en A Coruña, playas interminables como A Lanzada entre O Grove y Sanxenxo, playas evocadoras como Rodas en las Cíes, playas de bocadillo de tortilla y filetes de pollo como Samil, playas para pasajeros con poco equipaje como Barra en Cangas y así hasta el infinito.
El interior. Cuando crees que todo lo interesante a ver en Galicia está bañado por el Atlántico o el Cantábrico, descubres el resto. La Ribeira Sacra es hermosa por definición, imposible por conjunción e indomable por composición. El Camino de Santiago ha sabido labrar múltiples grietas para horadar el corazón de Galicia, desde Pedrafita hasta Sarria y, desde ahí, hasta Compostela. Y, cómo no, no se puede olvidar ni O Courel, ni Os Ancares, donde el relieve marca la forma de ser y de vivir de sus gentes.
Las ciudades. El casco viejo de Bilbao es bonito, acogedor y limpio, pero Santiago le pasa por la izquierda en cuanto a encanto. San Sebastián tiene un paseo hermoso y una playa icónica, pero en belleza y misticismo le gana la zona de Riazor-Orzán y la Torre de Hércules de A Coruña. Vitoria dicen que es una ciudad amigable y cómoda para vivir, algo que iguala sin problemas Pontevedra. Y aún guardo los ases en la manga de Ourense, Lugo, Ferrol y Vigo.
Los pueblos. Casa pintadas, reminiscencias de pescadores, una animada plaza, terrazas junto al mar y tardes eternas viviendo. Euskadi, Cantabria y Asturias tienen mucho de eso, pero por aquí ponemos sobre la mesa Viveiro, Muros y Baiona. Si me fuerzas, Oleiros, Vilagarcía, Cangas o Moaña. Se debe reconocer que a veces por aquí se peca de feismo, pero no en todo se va a ser perfectos, ¿no?
La gastronomía. Me río yo de la sidra y de txacolí, teniendo Godello, Albariño, Ribeiro o Mencía. Me río de los pintxos cuando tienes cientos de fiestas gastronómicas que honran al vino, al marisco, al pulpo, al bonito, al pan y, prácticamente, a cualquier cosa que se pueda llevar a la boca. ¿Y qué sería del mundo sin la crema de orujo y el licor café? Sin duda, un sitio más seguro.
Los precios. Si sabes dónde, en Galicia una mariscada son 25 euros. Si me apuras, una comida se paga casi con el billete más pequeño. Una caña lleva comida suficiente para cenar y para dar de comer a las gaviotas. Y un café se acompaña "de gratis" un trozo de bolla. Y, amigos, a 2,50 euros el pintxo en la zona vieja de San Sebastián, poco más que añadir.
La gente. Como no, para cerrar todo esto, es necesario hablar de la gente, pero esta vez sin comparaciones. Los que hayáis venido alguna vez a Galicia lo sabréis: aquí todo el mundo es atento y en cada esquina te sorprende una sonrisa. El sentido del humor se fusiona con la retranca y la realidad se dulcifica a golpe de -iño.
En imagen, viejos refugios de pastores cerca de Folgoso do Courel, actualmente en desuso, en la ruta de los sequeiros de Mostad. Imágenes como ésta demuestran el potencial turístico que tenemos por este lado del mundo, sin tener en cuenta los "olvidos" de esta entrada.