enero 2015

Capítulo IV

Publicado el viernes, 23 de enero de 2015

Hasta los que crecimos al calor de los últimos coletazos de la EGB nos hacemos mayores. Nunca nadie nos dijo que seríamos eternamente jóvenes, pero a ritmo de campanadas vamos sumando años y recibiendo golpes de realidad, como todos. Tampoco nosotros encontramos el elixir de la eterna juventud ni pudimos detener el otoño de nuestro calendario. Los que nacimos en el '85 encaramos un año en el que decidir si es buena idea seguir por las andadas o ponernos serios. La edad merece la reflexión, pero nadie como nosotros conoce mejor eso de "vuelva usted mañana". Lo confieso: me resulta bastante irrelevante cumplir años y, como las grandes divas, puede que deje de soplar velas en breve mientras suena Forever young.

Mentiría si dijese que me acuerdo de dónde estaba cuando cambié por última vez de década y, por supuesto, tampoco cuando me sumé al club de las dos cifras. Tengo un ligero recuerdo de que estaba trabajando, efímeramente, en McDonald's (cuando cumplí 20 años, digo, porque con 10 creo que no). Por aquel entonces las redes sociales eran una cuestión poca extendida y los recuerdos digitales muy precarios; nuestra privacidad estaba poco comprometida y mi memoria es frágil. Una lástima, porque cuesta recordar todas las cosas que quisiera guardar en ese álbum vital que todos ansiamos.

Lo que corresponde es hacer un pequeño balance de esta tercera década que ayer cerré, por supuesto con el sesgo y arbitrariedad que corresponda. Han sido diez años que se resumen en toda esa gente que he conocido, que he recuperado y que he perdido. Afortunadamente, más de lo primero y segundo que de lo tercero. De sonrisas que nacen con toda la vida por delante, de caricias de gente que siempre estuvo ahí que mueren y nos sumen en el dolor. Han sido años de cambio, del paso de la vida estudiantil a la vida laboral. De carreras, de máster, de codos, de idiomas nuevos. De cafés de máquina de facultad, de Starbucks, de meio leite, en una terraza o con espuma. De trabajos, de objetivos, de clientes, de emails que van y vienen. De Valencia y Galicia, de viajes en avión (mi cuentakilómetros dice que sobre 50.000) y de muchos reencuentros y despedidas antes de un control de seguridad. De comer y correr (unos 900 kilómetros en año y medio a golpe de podómetro), de descubrir, de notar el aire a los lomos de una moto, de visitar y de disfrutar. De combinar, no sin traumas, aquello de "insultantemente joven" y "me pasa el balón, ¿señor?". De muchas cosas, muchas instantáneas que me vienen cuando cierro los ojos, pero que no puedo teclear tan rápido. Y, ¡sblup!, se esfuman.

Y la gran pregunta, ¿qué pasará en la siguiente década? Pues cualquiera sabe, porque aquí las cosas ya empiezan a ponerse peliagudas, si hacemos caso a lo que se espera de nosotros. Para empezar, yo tampoco tengo planes más allá de esta cena. Bueno, una boda y un viaje por el oeste norteamericano, como algunos ya sabéis. Poco más: aprender, amar, viajar o soñar. La vida convencional está muy vista y, ciertamente, estoy muy agustito, que diría aquél, para dar el siguiente paso. Not yet. Pase lo que pase, iré contando alguna cosa desde aquí. Tal vez. Gracias por formar, más o menos, parte de mi vida en esta última década.

En imagen, Fisterra, eterno icono del fin de un camino (conocido) y el comienzo otro (desconocido). A este lado de la cámara, lo que no se ve, lo familiar, lo predecible; al otro, el océano de dudas, el abismo, el fin de la tierra.

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